LA CUEVA DE LA ENCANTADA.
LA CUEVA DE LA ENCANTADA.
Mi abuelo me ha contado mil veces lo de la encantada. Le decía Carlos a su amigo Juan, este San Juan nos iremos los dos a verla.
Llegó San Juan, el día veintitrés por la tarde ayudaron a los demás jóvenes en la confección de guirnaldas de flores y cerezas, que pondrían por la noche en la ventana de las chicas del pueblo.
Se marcharon a cenar y quedaron por la noche en la hoguera.
Ellos no acudieron a la plaza. A las doce de la noche salían por el camino del Calvario rumbo al pueblo vecino. Allí estaba la encantada y salía el día de San Juan.
-¡Oye Carlos¡, ¿no te parece que está muy lejos para ir solos y de noche?.
-¡No!, iremos por el monte y en dos horas estamos allí.
-Y, estás seguro que conoces el camino?, mira que si nos perdemos mi padre me canea.
-¡No nos perderemos Juan¡, conozco el sitio como si ya lo hubiese visto.
Subieron loma arriba hasta la cima aplanada de aquel extraño monte de tierra y menudas piedras, salpicado de romeros y tomillos, aunque alguna aliaga también quiso recordarles donde se encontraban.
Los muchachos no hablaban, estaban embobados ante el barranco que había delante de ellos.
-Es como lo imaginaba,-exclamó Carlos.
El Huracán, que así se llamaba el barranco, partía la montaña en dos mitades simétricas, como si la hubiesen cortado con una sierra y hubieran vaciado su interior, lo más extraño eran sus paredes de piedra cuando en el resto de la montaña sólo había tierra, y allí eran roca viva, con el suelo entarimado de pizarra.
Bajaron por el despeñadero llamado los “Escalerones” por las formas escalonadas que el agua había dejado sobre las rocas, y...ante ellos, húmeda y oscura se abría la “Hoz”. Las paredes a ambos lados eran tan altas que casi no entraba el sol en ella, y la vegetación cercana a sus paredes era de Hayedos tan altos que alcanzaban casi los treinta metros.
El suelo de hierba verde salpicada de tímidas florecillas y más cercana al agua juncos, eneas y líquenes.
En el centro estaba el río, un serpenteante espejo de agua fría y cristalina donde se reflejaba tanta maravilla.
Cruzaron el río por la “Badera del Pelón”, apenas llegaba el agua al tobillo, y nadie sabe porqué extraña razón, un banco de arena permanente se mantiene en la badera, y allí delante de ellos estaba la cueva. Justo en la fuente de la lechuza, de ella sí, porque la única que bebía agua era la lechuza; delante de la fuente estaba lo más profundo del río, y detrás la entrada de la cueva, a la que sólo se podía entrar por el río, por eso nadie sabía si el agua era fría o caliente.
-Carlos, ¡este lugar es el paraíso¡, no entiendo cómo estando tan cerca no nos han traído nunca.
-Pues porque nunca creyeron al abuelo.
-¿Veremos a la encantada?.
-¡Claro¡ cuando empiece a salir el sol.
Cuando el primer rayo de sol penetró en la boca de la cueva, una silueta de persona inmóvil tumbada sobre el suelo; parecía tomar el sol bajo el agua; los chicos estaban nerviosos por la aparición, pero de repente, la luz llenó la cueva, y de ella salió un resplandor, semejante a una llamarada acompañada de rayos y truenos. Los jóvenes echaron a correr despavoridos, y desandaron lo andado en menos que canta un gallo.
Poco después entraban en su pueblo jadeantes, cansados y asustados; una vez que contaron lo ocurrido, las bromas y risas de los vecinos les hicieron pensar que daba igual si los creían o no, ellos sabían lo que habían visto y punto.
-Juan, preguntó Carlos ¿volveremos el próximo San Juan?.
-¡Pues claro que sí¡ dijo Juan, y como ya conocemos el camino, nos iremos sin linterna por si nos sigue alguien, así verán la luz y se darán cuenta de que es verdad lo que contamos.
-¡Vale¡, pero el año que viene esperaremos hasta que salga la Dama.
Maria Pilar
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